Es el humor de quien la mira el que da su forma a la ciudad de Zemrude. Si pasas silbando, con la nariz levantada detrás del silbido, la conocerás de abajo para arriba: antepechos, cortinas que se agitan, surtidores. Si caminas con el mentón apoyado en el pecho, las uñas clavadas en las palmas, tus miradas quedarán atrapadas el ras del suelo, en el agua que corre al borde de la calzada, las alcantarillas, los espinazos de pescado, los papeles sucios.
Confieso que con Caracas me pasa algo parecido a lo descrito por Calvino. Me reconozco en el segundo grupo de personas, esas que caminan con el mentón en el pecho, observando cómo aumentan cada vez más el ruido, los motorizados, la basura, el humo y un largo largo etcetera. A ratos odio a Caracas por no permitirme caminar tranquila por una acera sin torcerme un pie, por no dejarme llegar a tiempo a ningún lado, por no permitirme tomar una piche foto en la calle sin que un maldito malandro motorizado intente robarme todo bajo amenaza de muerte.
Sin embargo desde hace días a las chicharras les ha dado por cantar insistentemente, como si en un esfuerzo desesperado intentaran acallar el ruido de las cornetas y los autobusetes; ademas, todos los Caobos están en flor, millones de diminutas flores amarillas tapizan las calles a mi alrededor, un olor dulce desprende de ellas e inunda gran parte de la ciudad. Hace una semana que la naturaleza decidió colocar este "glade" quizas para mitigar la pestilencia de nuestros basureros.
Hoy estuve en el parque Los Caobos, y no me quedó mas remedio que levantar el mentón, escuchar a las chicharras desgañotarse y disfrutar la lluvia de florecitas de caobo perfumando todo a su paso.
Total, ya mañana habrá tiempo de clavarme las uñas otra vez.
